Dejaríamos de ser extraños
Si conociéramos cada historia de la gente que camina por la calle.
Si sintiéramos cada emoción de la gente que se sienta a nuestro lado en el parque, en el bus o cualquier parte.
Tendríamos siempre con nosotros lagrimas de emoción,
de tristeza, de dolor.
Llevaríamos sonrisas de alegría, de conquista,
de amor.
Mantendríamos un corazón extremo, en la cumbre y en el suelo.
Seriamos de almas entrañables.
Con la mente rebosando de momentos y memorias,
de personas y circunstancias inolvidables.
Nos moveríamos en un cuerpo impregnado de emociones.
Abandonaríamos juicios por primeras impresiones.
Atesoraríamos el tiempo que hemos obsequiado y recibido.
Quizá dejaríamos de ser extraños;
de pretender que la vida es perfecta, sin defectos
y que para llorar, reír o amar necesitamos diez mil o más razones.
T. Faerron
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